miércoles, 22 de junio de 2016

RUFINA LA BURRA MERETRIZ

La mayoría de las historias tienen su origen en comentarios y rumores que poco apoco se van enriqueciendo hasta que toman forma. Las personas que convergen en lugares públicos se ven obligados a interactuar y a referir los comentarios y rumores que acontecen en la ciudad. Así surgen las historias, las cuales sin duda van cargada de cosas ciertas y de una buena dosis de hechos infundados por la imaginación de la gente que son precisamente quienes le dan forma a la historia.
No dudo que fue así que esta historia que relatare a continuación tomó curso, sin descartar el hecho de que algunos detalles hayan sido exagerados y acomodados con la intención de darle la jocosidad. Lo cierto es que cuando referían estos acontecimientos las gente lo pasaba bien, ya que si algo identifica al zuliano es su buen humor.


En los años del gobierno de Pérez Jiménez, se comenzó a instalar la tubería de agua potable para darle ese servicio a toda la población. Eso hizo que el negocio de vender agua potable a domicilio, comenzara a decaer y las ventas no eran las mismas. Fue entonces que uno de tantos agüeros que vendían agua a domicilio se le ocurrió la idea de darle otro uso a la burra que arrastraba su carreta y se dispuso a preparar unos pequeños escalones, que sirvieran para personas de diferentes tamaños, los cuales veremos más adelante el propósito que tendrían los mismos.


En realidad aquel  agüeros, cuyo nombre omitiré, vivía en un callejón sin salida del barrio Tierra negra, muy cerca del casco central. Los jóvenes mayores que se vieron involucrado en esta historia habitaban por las calles aledañas y de algunos de otras barriadas. Consideré necesario escribir al respecto, puesto que los mismos pertenecen a la memoria histórica de la ciudad. 


Este agüero, hubiese sido juzgado por algún organismo de protección a los animales de haber existido en aquellos días, pues era ya suficiente con el excesivo trabajo que tenía aquel animal, como para que a este señor se le ocurriera ponerla a trabajar como trabajadora sexual.


Aquel señor invitó a un joven de la calle el progreso, a que pasara por su casa en horas de la noche y tan pronto como el joven llegó, el agüero le ofreció los servicios de la burra, para que él desahogara sus necesidades sexuales por un módico precio. Aquel joven se habría de encargar después de regar la voz entre los demás interesados de por aquella calle y otras aledañas. 


Llegado el caso, eran muchos los clientes nocturnos que la burra Rufina atendía. En esos días, no había burdeles en el perímetro de la ciudad y en todo caso, los que habían estaban negados para menores de edad y se encontraban distanciados. 


Los vecinos empezaron a notar con extrañeza, que el pequeño hombrecito bañara a la burra todas las tardes, y que además le aplícara una exquisita agua de colonia, y más aún, ver que buena cantidad de jóvenes se daban cita en su casa en horas de la noche.


Dicen los que recuerdan bien los hechos, que el ingenio y la creatividad surgieron en aquellos días de lujuria animal, pues un joven que había llegado por aquella calle, procedente del campo, donde esa práctica es común se le ocurrió inventar un dispositivo muy parecido a un rodillo de los que se usan para pintar. De acuerdo con lo indagado, aquel joven le deslizaba el rodillo por las costillas a la burra, haciendo que ésta se meneara con particular movimiento, muy similar a los que hacía una famosa bailarina de aquellos días llamada la Tongolele. Aquellos movimientos les permitían a los jóvenes obtener mayor placer. El astuto aguero también ofrecía los escalones que había fabricado y el rodillo para que todos pudieran alcanzar a la burra Rufina sin problema. 


Al pasar los días los jóvenes que visitaban con frecuencia aquella casa de cita se habían encaprichado con aquella burra, a tal punto de asumir aquel animal como si fuera un ser humano.


Pero como es bien sabido que nada es perfecto en la vida, resulta que cierto joven que era asiduo visitante de Rufina, tenía amores con una joven que habitaba por los lados de la calle las Mercedes y ésta empezó a notar la ausencia de su enamorado a su cita amorosa y por tal motivo, pensando que se trataba de un engaño, decidió seguirlo y una noche pudo descubrir de que se trataba todo.


Aquella furiosa mujer, casi se volvía loca de la rabia, al ver que su novio la engañaba con una burra.
Esa noche juró que de alguna manera tenía que vengarse de aquella burra y para su favor, llegó por aquellos lados el gran circo América y de una vez pusieron el tradicional letrero, donde se leía que compraban toda clase de animales para alimentar a los leones.


Una noche, después de que el agüero despidiera al último cliente, la joven chica se hizo acompañar de unos amigos y se robaron a la burra Rufina y la negociaron con los del circo. Así terminaron los días de la burra prostituta y al agüero se le acabó el negocio y por temor a que lo fueran a demandar por tales hechos, no se atrevió a buscar a otra burra, si no a otro burro, con el cual pudo continuar su reparto de agua.


Decían que muchos de los jóvenes lloraban a Rufina con el desespero y sentimiento de un viudo y hasta en los momentos de libar licor, la recordaban con honda tristezas.





Nestor Luis Perez Borjas
MEMORIAS DEL PASADO
Relatos históricos de Cabimas.
RUFINA LA BURRA MERETRIZ