domingo, 18 de septiembre de 2016

EL NIÑO QUE CAYÓ EN EL POZO.

A mediados de los años 50 sucedió un hecho que conmocionó a los vecinos de la calle el progreso ubicada en el casco central de Cabimas.

Resulta que una humilde familia procedente de puerto la cruz, fijó su residencia por aquella calle. La señora Martina era madre y padre de cuatro hijos, cuyos nombres poco usábamos, puesto que nos era más fácil llamarlos por sus apodos. Así fue como conocimos a "Licho", a "Cañón", una hembra de nombre Felicia y a Francisco, quien además de llamarlo por el diminutivo de su nombre que era "Chico", también le decíamos así por su pequeña estatura.
En aquella época todas las casas no tenían aún el servicio de tuberías de aguas negras y tenían que disponer de un poso séptico, o letrina para desechar las heces y demás sustancias líquidas. En una oportunidad aquel niño, a quien llamábamos chico, se dirigió a la letrina para desahogar una necesidad fisiológica y estando sentado en el cajón que cubría aquel rudimentario sanitario, perdió el equilibrio y debido a su pequeña estatura se deslizó del asiento y fue a caer al fondo del hueco, donde se encontraban gran cantidad de las heces depositadas allí.

Inmediatamente después de que el niño cayó al pozo se escuchó su desesperado grito pidiendo ayuda. La señora Martina se percató de todo y se apresuró a pedir auxilio a los vecinos y sin pérdida de tiempo se apersonaron en aquella humilde casa de madera.

En realidad no era fácil rescatar al niño en medio de la pestilente inmundicia que había en aquella letrina, cuyo espesor de excrementos acumulados era de regular profundidad.¡Mi hijo, mi hijo!, gritaba desesperadamente la señora Martina, quien además decía en medio del llanto;- Que horrible manera de morir en medio de tanta pudrición. Una mujer imprudente, y sin dentadura, a quien llamaban la babilla por lo grande que tenía la boca, entró en aquella casa y al percatarse de la situación dijo;- No es nada, que así embarrado de esa inmundicia y con el estómago lleno de pupu, si se muere, Dios no lo va a dejar entrar al cielo. La señora Martina se desesperó aún más al escuchar a aquella mal hablada mujer.

La señora imprudente, no aguantó la curiosidad y se fue a asomar al pozo donde estaba el niño y al verlo le preguntó;- ¿Chico me escuchas? El niño al verla, de una vez sacó la mano derecha que tenia sumergida en aquel fango movedizo para que ella lo sujetara, sin percatarse que en su diminuta mano llevaba excremento y la velocidad con que la dirigió a la señora, la salpicó en la cara con una buena cantidad de aquella porquería. Aquella mujer salió como alma que lleva el diablo y el guaripete un señor que atendía una bodega dijo;- Esa mujer se llevó lo suyo por andar de metida.

En ese momento un hijo de la señora Martina, a quien llamaban cañón exclamó con dolor;- Mama, chico se acaba de hundir en el mierdero. Y el otro al que llamaban Licho le dijo;- Si, apenas se le ve el último pelito.

De pronto, en medio de aquella angustia, un vecino que se encontraba hospedado en la casa de al lado, saltó la cerca y de una vez se dirigió hasta donde se encontraba el niño para rescatarlo. Aquel joven era un margariteño de nombre Juvenal y se encontraba viviendo en la casa del señor Lucio Bellorín, y prestaba sus servicios como buzo para la industria petrolera.

El valiente hombre se despojó de su vestimenta, quedando únicamente en ropa interior y sin titubear se introdujo en la letrina con la sola idea de salvar al niño. Aquel hombre, de quien sin duda alguna había que considerar como héroe, se las arregló hasta sujetar por el pelo al inerme niño, a quien ya se le estaban apagando sus signos vitales.

Cuando finalmente lo puso en tierra firme, el joven Juvenal comenzó otra acción no menos desagradable que la primera, pues el niño tenía tapados los orificios nasales con excremento y tuvo que succionar aquella desagradable masa fecal que obstruía su respiración hasta dejarlas libres. Aquel experimentado buzo, supo aplicar a tiempo los procedimientos de reanimación y el niño recobró el aliento y se salvó.

Esta historia fue posible recrearla gracias a la colaboración de mi hermano y amigo Carlos Martinez Atencio.