martes, 29 de octubre de 2013

Un recuerdo a los hermanos Montero García

Tal vez resulte un contrasentido referirme en este artículo a unas personas ya fallecidas, que se ganaron el afecto de esta región cabimense y las cuales deseo mencionar, a pesar del tiempo transcurrido y por dejar huellas por su profesionalismo, labor social y acercamiento con las instituciones emprendidas en estas poblaciones de la Costa Oriental del Lago.


Estas personas fueron los hermanos Guillermo, Otto y Henry Montero García, nativos de Maracaibo y nacidos en la Parroquia Santa Lucía, los cuales fueron hijos de José Luis Montero Zuleta y doña Ana Belén García.

El doctor Guillermo Montero se graduó de abogado en la Universidad Central de Venezuela en el año 1945 después de haber estado en la Universidad del Zulia y la de Los Andes, donde compartió con compañeros muy destacados del derecho.

Comenzó sus actividades en el bufete del Dr. Octavio Andrade Delgado y después pasó a ser Juez del Municipio Santa Lucía y dos años después el bachiller Germán Ríos Linares, le ofreció la dirección del Liceo Chávez en Cabimas, donde permaneció un período de tres años, donde se asoció a importantes personalidades de esta región.

Durante su permanencia en Cabimas por donde se le veía transitar en su labor profesional, contrajo matrimonio con la profesora Olimpia González, con quien tuvo cuatro hijos, todos profesionales universitarios.

El Dr. Guillermo Montero al igual que sus otros hermanos, desde que llegaron a Cabimas se familiarizaron con ella e iniciaron muchas actividades en pro de esta región y se empezó en el club de Leones en el cual estuvo muchos años, desempeñando funciones directivas en favor de las comunidades, creando dispensarios y muchas otras obras sociales como la entrega de medicinas, libros y juguetes a niños de los barrios.

Participó además, en la creación del Cuerpo de Bomberos, Banco de Sangre, Asociación de Comerciantes e Industriales de Cabimas, donde presentó una ponencia sobre la construcción del puente sobre el Lago junto al presidente de esa institución Jesús Urdaneta Penso; la construcción de la Plaza el León y fue el Consultor Jurídico de muchas empresas e instituciones.

En cuanto al Dr. Otto Montero, de larga trayectoria en la medicina en la especialidad de la ginecología y obstetricia, se graduó en el año 1944, también en la Universidad Central, empezando como médico rural en Santa Rita. De allí pasó a trabajar en la Clínica de la Creole en La Salina, donde permaneció varios años, hasta que decidió montar su consultorio y atendía en la clínica del Dr. Carlos Arape en el centro de Cabimas, hasta que su espíritu emprendedor y preocupado ´por la salud de esta ciudad, lo llevó a asociarse con el Dr. Darío Suárez y otras personas para establecer el Centro Médico de Cabimas, además fue médico en el viejo Hospital de Cabimas.

El Dr. Otto Montero se unió en matrimonio con Ada Villasmil, muriendo a la edad de 66 años.

Por su parte Henry Luis, quien trabajó en las oficinas de la Creole, fue un excelente deportista, muy apreciado por sus compañeros por su don de persona. El estaba dedicado a la practica de beisbol para participar como jugador del Club La Salina, destacándose como lanzador del equipo.

Los hermanos Montero García se ganaron el afecto y cariño de quienes los trataban, dejando huellas que los habitantes en Cabimas no podemos olvidar.

Lcdo. Pedro Ramón Estrada
Cronista de Cabimas

El ocaso de la librerias

Con la reciente información del cierre de la librería Lectura, razones que bien expone Walter Rodriguez en su entrevista del dia 14 de los corrientes, en las páginas de Arte y Entretenimiento de El Universal, con el periodista Angel Ricardo Gómez, ; vienen a mi mente viejos recuerdos de las librerías de mi pueblo, Cabimas, que igual destino sufrieron,aunque en descargo de ellas, o de sus dueños, qué se le podía pedir a un pueblo petrolero que solamente estaría a la espera de la apertura de un botiquín? Que interesaría aquel lugar lleno de libros, tal vez ni tantos , pero simbolizaban lo poco de cultura que podía existir y justamente se concentraba en aquellos libros de los que nos valíamos para complementar lo aprendido en clase, o en cualquier caso leer lo que se nos imponía como lectura por aquellos extraordinarios profesores de muestra época. Era el Liceo Hermagóras Chávez.

Veamos, entonces cual fue el destino de aquellos modestos templos del saber, dimanación de sabiduría que emergía de los contenidos de los ejemplares que se encontraban ordenadamente y en silencio en aquellos anaqueles y estantes, aguardando a alguien que de ellos requiriese.


 Una de ellas, la que estaba en la planta baja del edificio Arapé, Librería Miranda recuerdo se llamaba, diagonal a la Comandancia de Policía, pues bien , un buen día la misma cerró sus puertas y para sorpresa de tantos que si apreciábamos aquel esfuerzo de su dueño por acercarnos a nuestras necesidades de jóvenes liceístas ,aquellos anaqueles, y las vitrinas que daban a la calle,ayer llenos de libros, estaban abarrotados de : folletos de quiromancia, barajas, estampitas, oraciones ,inciensos, sahumerios ,ramas para los hierbateros, tua tua; sabila amarrada con una cabuya, hojas y raíces secas,velas,oraciones para espantar el mal de ojo, peonias, velones ,bebedizos,colmillos de animales, botellas de ron con una culebra adentro, remedios mágicomedicinales y cuanto brebaje le sirviera a aquellos que tenían una visión de la vida esencialmente sobrenatural, a su entender, trascendiendo nuestra ideas sobre lo que se nos enseñaba en las aulas. Ese fue el triste final de la librería Miranda.

La otra, y no mas, o por lo menos no las recuerdo, la fundó Aquiles Ferrer Vale, un muy circunspecto señor,periodista de esa pléyade de hombres cultos de la época, con cierta "grasita" en el abdomen, correa en su parte baja como para detener la vertiginosa caída de la ya naciente prominencia,ayudada con sus infaltables tirantes, lentes dejados caer sobre la capellada de la nariz; pero allí operó un fenómeno hasta extraño. 

En ese local, vecino a la Plaza Bolívar, funcionaba un bar llamado “Terraza Zulia “, de muy buenas categoría, próspero, muy próspero, especie de club de los contratistas de las compañías petroleras, lugar predilecto de esa estirpe de duros hombres, de brega, que con el mayor candor despachaban cualquier cantidad de "Caballo Blanco", "Pampero" o "cerveza", en botellones, aquellos que para evitar que se rompiera la botella , de vidrio, las expendían en unos cartuchos de palma de enea y metidos en sacos de fique, reposaban en los entornos de cada mesa, al lado de las mochilas de dinero, recién salidas del Banco de Maracaibo.

 Ese bar desapareció, cosa extraña en mi pueblo de ese entonces, para dar paso a la Librería de don Aquiles, lugar de encuentro, de tertulias de los mejores talentos, políticos, esfuerzo que poco duro y cerraría.

 Desconozco todavía las razones,pero cerró sus puertas y desaparecieron los escasos libros, para no abrirse jamás allí ningún otro negocio, y quedar a merced del abandono y el olvido, el bar, la librería, el local y don Aquiles.
Humberto Silva Cubillán

domingo, 27 de octubre de 2013

En Cabimas se cazan fantasmas

Era su primera vez. Nunca antes había hecho cosa semejante. Tenía miedo, pero sabía que debía actuar, por el bien de sus amigos. Ella, Ana Gutiérrez, es firme creyente del Evangelio de Cristo. Aprendió desde joven, en la Iglesia, que podía combatir cualquier espíritu, por muy malo que fuera.

En su mente grabó a martillazos de pensamiento la receta que le enseñaron para defenderse, y defender a los demás: clamar a la sangre del Mesías para que la cubra, y llamar en Su nombre a los ángeles para que la guarden. También aprendió que tiene autoridad en el nombre de Jesús para echar fuera demonios, y ordenarle a toda criatura espiritual que se vaya y haga caso a su voz de mando.

Todo eso sabía Ana. En teoría. Pero nunca lo había puesto en práctica hasta ese día, cuando sus amigos Estela de González y Luis González le contaron una experiencia espantosa y decidió actuar. Algo, o alguien, que no podían ver, ni tocar, les estaba trastocando el alma, angustiándolos, robándoles la paz.

La pareja, desde el 15 de octubre de 2005, llegó a una casa, vieja. De entrada los cacheteó la estampa, junto con un escalofrío que les invadió el cuerpo. Paredes grises, oscuras, marcos negros, puertas manchadas, un pasillo estrecho y oscuro. Piso con trazos rojizos, y manchas de granito verde, chispeado con blanco y más negro.
Pero esa casa vieja, construída desde hace aproximadamente 52 años, o un tanto más, era la mejor opción para alquilar por su buena ubicación —frente a una de las avenidas más transitadas de la Costa Oriental del Lago—. Todo les quedaba cerca: panadería, carnicerías, supermercados, transporte público, lugares de entretenimiento, ventas de comida rápida, universidades. La provisión necesaria para vivir cómodos. Solo faltaba cambiar los colores, y ya.

El propietario del inmueble les hizo énfasis de sus bondades, pero omitió un detalle perturbador, causante de un desfile de inquilinos que huyeron en su intento por ocuparlo, desde la trágica muerte de su madre —quien fue la última habitante—. Desde entonces, seis meses había sido la marca del más valeroso que resistía los embates de los espíritus desatados en el lugar, otrora tranquilo, porque de joven, el mismo alquilador creció ahí. El terror era tal que uno de los ocupantes llegó al extremo de sacar a su mujer de noche y huyó.

“Yo visitaba a Estela con frecuencia porque conservamos nuestra amistad desde la universidad. La primera vez que la visité allí, ya casada, no podía cruzar la puerta. Sentía una pesadez espantosa. Tenía escalofríos. Le comenté que no me gustaba el ambiente. Me sentí inquieta y me contó el vía crucis de vivir en el lugar”, cuenta Ana.

Espíritus anónimos no daban descanso a los inquilinos. A Estela y su marido —un ingeniero—, los perturbaron por primera vez cuando recién casados y mudados ella se enfermó de los riñones y no soportaba el aire acondicionado. Por eso le rogó a su marido un acto de consideración: dormir con las oleadas de frescor que llegaban del aire de la sala hacia el cuarto, sin encender el de la habitación.

“Se levantó a las tres de la madrugada temblando y con el dolor agudo. Alguien había encendido el aire del cuarto. Ella discutió fuertemente con su esposo. Él la miraba extrañado porque no había sido él”, cuenta Ana.

Al amanecer los vecinos clavaban sus ojos en aquella escena: nuevos ocupantes ingenuos. Es que en sus hombros se escurrió el lamento de los anteriores inquilinos, quienes les contaban que cada vez que salían de la casa encontraban todo cambiado. Los muebles dispuestos de una manera diferente. La ropa sacada de las gavetas y arrojada al piso. Rastros de uso de los utensilios de cocina. “Señora ahí espantan", —le advirtieron a Estela—.

En una de sus visitas a aquel lugar —cuenta Ana—, le pidió prestado el baño. “Ví a una mujer que se le paró detrás de ella. Era vieja, morena, tenía un paño en la cabeza. Me sorprendió mucho. Pestañeé y traté de mirarla mejor. Pero ya no estaba. Ese día le comenté que no me gustaba el ambiente de su casa y debía hacer algo. Yo también tenía temor, porque nunca había asumido el compromiso de ayudar a alguien en ese aspecto.

Entendí que no solo podía plantearle el problema, sino también la solución. Para mí era orar y ungir las ventanas, puertas y camas con aceite, como símbolo de protección —así como en el pasado lo hicieron los judíos para que el ángel de la muerte no entrara en sus casas cuando eran esclavos en Egipto—. Y pedirle a Jesús que los ayudara, ordenándole a los espíritus que se marcharan, usando la autoridad que, creo, tengo en Su nombre, decretando el lugar como casa de paz ”, dice Ana.

Ella se enfrentaba al reto de ser una ‘cazafantasmas’ , asunto que otras personas, de otras creencias, también hacen a su manera.Ana se pondría en los zapatos de uno de los pioneros en estas lides, Joseph Glanvill, capellán de Carlos II, en 1600, e investigador de lo paranormal.

O el mismo Friedrich Nicolai, fundador de las primeras bases de lo que ahora se conoce como la Society for Psychical Research que pone la lupa a lo sobrenatural, dicen, en una forma científica y objetiva. Aunque lo más científico que puede encontrarse sobre algo semejante es la captación de vibraciones, imágenes, o grabaciones con ruidos.

Olor a café impregnado en el inmueble, como si alguien recién colara el grano, la pérdida de objetos punzopenetrantes como tijeras, cuchillos o pela papas, el encendido de televisores, luces, la licuadora y aires acondicionados abruptamente, comida que guardaban en el microondas y desaparecía, tapas de ollas hechas con vidrio templado destrozadas en cuadritos. Todo un calvario sufrían los González, día a día. La llegada de un par de perros ayudó.

“Estela gritaba molesta: ‘Si no quieren escuchar ruido, ¡váyanse al patio y se montan en una mata! Pero el televisor se queda prendido’. Y lo volvía a prender. Empezó a hacer reclamos en voz alta. Cosas que parecían locura. Ese espíritu quería que abandonaran la casa, y ellos no lo harían porque no tenían otra opción de alquiler. Arrancó una batalla agotadora para los nervios”.

Aceite de comer en un envase, al cual fieles cristianos le impusieron las manos y oraron sobre él para pedirle a Dios que lo santificara, fue el instrumento que Ana usó en esa casa. También iba respaldada por la fe de sus amigos de credo. Se atrevió escondiendo el temor de su primera vez en estos asuntos.

“Estela no cree en nada. Sin embargo, aceptó que la ayudara. Oré con fuerza y comencé a ungir todo con ese aceite especial. Le eché una gotita sobre la madera que luce como cabecera de su cama. La regué con mi dedo. Le pedí a Dios que los ayudara. Que pudieran dormir en paz. Que ese lugar estaba santificado y no había espacio para la peturbación por espíritus o demonios.

Esa gota estuvo drenando por un año. Todos los días salía la misma gota de allí. Y Estela la regaba con su dedo sobre su cama. Eso ayudó a que tuvieran paz. Al parecer, en esa casa murió la dueña, en soledad. Estaba deprimida porque sus hijos se fueron lejos. Se suicidó por sobredosis, no se sabe si involuntaria. A ella le gustaba el café”.

Sin saberlo, Ana había empleado el mismo método que le dió alivio a Rebeca Broun, una médico estadounidense atrapada en una casa aturdida por espíritus que llamó demonios. Ella no los identificó como almas en pena, sino que describe estos fenómenos paranormales en su libro “Él vino a dar libertad a los cautivos”, como dos opciones: demonios que adoptan una apariencia humana para confundir, o espíritus humanos de personas vivas, no muertas, que a través de proyecciones astrales se salen de sus cuerpos a voluntad propia para perturbar. Los llama siervos de Satanás.

Los astrales describirán con exactitud lo que adentro pasa al vecino aturdido. Lo saben porque son quienes lo provocan. Por eso el vecino aceptará la brujería para limpiar las casas, sin saber que es una trampa para contaminarla más y más, resume Rebecca. Su teoría es una de las muchas que se tejen alrededor del fino velo entre la vida y la muerte, todo como parte del mundo de los espíritus y sus suposiciones.

“Constantemente aquellos seres invisibles nos... arrojaban objetos. Estábamos agotadas. En desesperación grité al Señor: ‘Padre, ¿qué podemos hacer?’. No puedo más. Tomé el aceite que tenía de cocinar y unté...puertas y ventanas. Le pedí al Señor que santificara mi hogar, que lo limpiara y sacara cualquier espíritu maligno. El cambio fue inmediato y dramático”, cita Rebecca.

Este mismo fenómeno de un mundo de sombras suele dibujarse en lugares donde sucedieron historias trágicas. El portal Odee.com destaca 10 puntos sumergidos en tinieblas donde se alojan los espíritus reportados más activos y temibles: La torre de Londres, la casa Whaley, la casa Crenshaw, la casa Winchester, el Loftus Hall, la casa Amityville, la casa Beauregard, la hacienda Myrtles, la mansión Atherton, y la casa Ñuñoa, en Chile. De seguro el lector tendrá otras historias .


viernes 22 de marzo de 2013 10:00 AM
Marielys Zambrano / Cabimas
Diario Panorama

Club La F.A.C.

Foto Sotero Pino Roque. http://spinoroque.blogspot.com

El antiguo Club LA FAc (Fuerzas armadas de cooperación) quedaba en la urbanización las 40, en la esquina de la calle Chile con la calle Carabobo.

Al fondo le quedaba el estadio Ven Oil y a un lado la Escuela Rafael Maria Baralt.

Aunque se pensó como un club  para la guardia nacional, a el asistían los vecinos de Las 40 y Las 50.

Tenia un pequeño parque con columpios, una pista de baile, un salón, una pequeña tasca.

Foto José Lugo de Facebook: La Cabimas en el tiempo.

Casi semanalmente se hacían fiestas, tombolas, quince años, y se presentaban orquestas como La Billos, Los Blanco, Los Master, Los imperial y pare de contar.

Yo vivía a una cuadra y asistí a bastantes fiestas, y baile con bastantes "abollaítas."

Como se ve en la primera foto, en ese terreno que tenia para estacionamiento, jugabamos beisbol con pelota de gomita o volabamos volantín.

Hoy funciona allí El Centro de Diagnostico Integral Las 40.

Rafael Rangel