miércoles, 25 de octubre de 2017

GRAN ESPECTÁCULO EN LOS CIELOS DE CABIMAS EN TEMPORADA DE VIENTO FUERTE


Imagen Nestor Luis Perez Borjas


En los años 50 y 60 era todo un acontecimiento en Cabimas prepararse para la temporada de elevar volantines. En esa época, cuando aún la tecnología estaba muy distante de inventar las computadoras, teléfonos inteligentes y otras novedades, los jóvenes de entonces le dábamos importancia a este y otros eventos, que hoy día prácticamente han desaparecido.

Todos los años esperábamos con ansias los primeros movimientos de vientos fuerte para elevar los volantines, que por lo general se iniciaban en los meses de marzo y abril y al ver los primeros indicios, comenzábamos a buscar afanosamente los materiales para elaborar esos danzantes del aire, los cuales eran llamados también papagayos, petacas, fuga y volantín. Nosotros le decíamos fuga o volantín.

En esos años nos dirigíamos al club italo Cabimas, cuando en sus inicios este estaba ubicado en la calle san José, en un lugar donde hoy funciona una venta de repuestos automotrices, el cual está justamente cruzando a la derecha al finalizar la gran papelería.

Resulta que ese club tenía una cerca elaborada con tubos o varillas de caña de azúcar, y esa madera resultaba ideal, ya que por lo liviana era especial para la elaboración de los volantines. Esa cerca era nuestro proveedor gratuito, ya que cada quien, sin que se dieran cuenta los socios, iba y se apropiaba de una pieza, con la que se podía realizar muchos volantines.

El tamaño y forma era al gusto de cada quien, y para el amarre y estructura general utilizábamos hilaza blanca y para pegar el revestimiento, que por lo general era de papel seda o de fiesta como también le decíamos, ya que con ese material hacían entonces las bambalinas para ambientar los eventos festivos.

Ese papel lo fijábamos con goma escolar sobre las varillas de la estructura del volantín, o una pega llamada pegalotodo y uno alternativo que no tenía costo, ya que utilizabamos las fruta del caujáro que también era excelente. Finalmente, el acabado consistía en salpicar con agua el papel y ponerlo al sol para que se estiraran las arrugas, luego de terminado le poníamos el rabo, para lo cual usábamos tela de ropa vieja y le estábamos luego una cabuya muy fuerte que llamábamos pita para elevarlo.

Cada quien en sus diferentes barriadas procedían a construir sus volantines, para lo cual queda sujeto al recurso e ingenio, tomando en cuenta las limitaciones de cada quien. Al estar listo para ser elevado, los lugares adecuados eran los campos abiertos. Nosotros nos trasladábamos al llamado campito, un extenso terreno de arenas amarillas y que desapareciera para darle paso hoy día a automotriz Cabimas. Aquello era un bello espectáculo de vistosidad, donde el movimiento visto en lo alto del cielo azul, ofrecía un performance de movimiento y lucidos colores, digno de ser apreciado en aquella Cabimas de antaño.

Por esos lados, el experto en construir volantines y elevarlos era un joven de nombre Luis Boada, quien en su vida de adulto se encargó del conocido bar el margariteño. Luis tenía varios volantines, entre ellos uno especial pintado todo de azul que le permitía camuflarse en el cielo azul y que por tal motivo lo habíamos apodado el fantasma, ya que nada más surcaba el cielo, cuando desde otras latitudes, los muchachos de las calles circunvecinas ponían en nuestro espacio aéreo sus respectivos volantines.

El fantasma estaba provisto de 5 turbinas, perdón, quise decir, de 5 tarabas o lengüetas giratorias que lo hacían rugir cuando el viento era fuerte. También tenía un arma secreta instalada al final del rabo, la cual consistía en un taruguito de madera con una hojilla en cruz, que al rozar sobre el hilo que tensaba el volantín invasor lo cortaba y de una vez se venía en picada o se lo llevaba el viento muy lejos.

El asunto no era tan fácil, Luis era un veterano que sabía, que el tamaño o largo del rabo, así como el diseño general, incluyendo doble papel de revestimiento le daba mayor resistencia, seguridad y equilibrio al fantasma. Eso, más la combinación de ciertos movimientos de mano, permitía que el volantín surcara el cielo desafiante, con movimientos versátiles que hacía que se moviera de un lado y otro y se viniera en picada para realizar un ataque y retomar luego el curso normal.

Algunas veces el cielo estaba full de volantines y en lo que lograban identificar al fantasma, cada quien se apresuraba en enrollar el suyo para recogerlo lo más pronto posible, ya que muchas veces veían con lágrimas en los ojos como su bello volantín era atacado y desactivado y dado por perdido en un instante. Era el riesgo que se tomaba entonces, no era por maldad, lo mismo ocurría con los trompos, al ser partido en dos por uno más fuerte, o que te ganaran todas las metras, así era el juego en esa época.

Fueron años inolvidables, donde la emoción se conjugaba con el ingenio, cuyo único objetivo era pasarla bien, en una época donde la actividad deportiva nos mantenía sanos y con una buena dosis de adrenalina. Hoy nada más es historia, es el reflejo de una época de oro que no puedo evitar añorar con profunda nostalgia y que, visto el modernismo de hoy, creo que no se repetirá.

Sirva este relato como un homenaje póstumo dedicado a Luis Boada, compañero de infancia que protagonizó muchas aventuras, hoy día desaparecido.

MEMORIAS DEL PASADO
Relatos históricos de Cabimas.
Nestor Luis Pérez Borjas